miércoles, 14 de diciembre de 2011

la mano


Un Editorial del periódico hablaba de una maestra que le pidió a sus alumnos de primer año de  primaria que hicieran un dibujo de algo por lo cual estuvieran agradecidos.
Pensó en cuán poco tendrían que estar agradecidos estos niños de barrios pobres,  pero sabía que la mayoría de ellos dibujaría pavos o mesas de comida.  La maestra quedó desconcertada con el dibujo que Douglas le entregó.... Una simple mano infantilmente dibujada.  Pero... ¿la mano de quien? La clase quedó cautivada por la imagen abstracta. “Creo que debe ser  la mano de Dios que nos da la comida”, dijo un niño. “Un granjero” sugirió otro, “porque él creía pavos”.
Finalmente, cuando los otros niños estaban trabajando, la maestra se acercó al pupitre  de Douglas y le preguntó de quien era la mano. Es su mano, maestra, balbuceó.
Ella recordó que, frecuentemente, en el recreo había llevado de la mano a Douglas, un niño bajito y solitario.  A menudo hacia eso con los niños,  pero para Douglas significaba mucho.  Quizás en esto consistió la acción de gracias de todos,  no por las cosas materiales que se nos dan, sino por la oportunidad,  por pequeñas que sea,  de dar a otros.

EL VIAJERO Y EL MORIBUNDO


Hace tiempo, un viajero visitaba el desierto de Egipto. Llevaba consigo mucho dinero, ropajes lujosos y varios saquitos llenos de monedas de oro. 
Sucedió que, visitando una de las pirámides, el hombre dejó olvidado dos saquitos de monedas de oro. El viajero se dio cuenta de su olvido cuando ya llevaba varias horas de haber abandonado aquella pirámide. Con gran enojo decidió regresar en busca de su oro. Cuando estaba cerca de la pirámide descubrió a un hombre moribundo que había agotado toda su comida y sufría desesperadamente por algo de comida y de agua. Estaba a punto de morir y no había nadie que le pudiera prodigar auxilio.
El viajero se bajó de su camello y él mismo le dio alimento y bebida al pobre hombre. Después, los dos regresaron a la ciudad y, desde entonces, fueron muy buenos amigos.
Años más tarde, cuando el viajero contaba esta anécdota, exclamaba con júbilo:
“Pensar que me lamentaba de haber olvidado aquellos sacos de oro en las pirámides. Si no hubiera sido por eso, yo no hubiera regresado para ayudar a aquel hombre y, seguramente, él habría  muerto”
Los acontecimientos de la vida son misteriosos, pero si de algo debemos estar seguros es de que en cada situación que vivimos se nos presentan siempre dos opciones: Tenemos la oportunidad de huir, odiar o traicionar... o la oportunidad de crecer, madurar, amar y ayudar a los demás.

jueves, 8 de diciembre de 2011

UN ERROR AFORTUNADO


En el salón de clase habían dos alumnos que tenían el mismo apellido: Urdaneta. Uno de los Urdaneta, el más pequeño, era un verdadero dolor de cabeza para la maestra, indisciplinado, poco aplicado en sus estudios, buscador de pleitos. El otro Urdaneta, en cambio era un alumno ejemplar.
Tras la reunión de representantes, una señora de modales muy finos se presentó a la maestra como la mamá de Urdaneta.  Creyendo que se trataba de la mamá del alumno aplicado,  la maestra se deshizo en alabanzas y felicitaciones y repitió varias veces que era un verdadero placer tener a su hijo como alumno.
A la mañana siguiente, el Urdaneta revoltoso llegó muy temprano al colegio y fue directo en busca de su maestra, cuando la encontró, le dijo entre lágrimas y abrazos: “Muchas gracias por haberle dicho a mi mamá que yo era uno de sus alumnos preferidos y que era un placer tenerme en su clase ¡con qué alegría me lo decía mi mamá! ¡Que feliz estaba! Ya sé que hasta ahora no he sido bueno, pero desde ahora lo voy a ser”.
La maestra cayó en cuenta de su error pero no dijo nada. Sólo sonrió y acarició lentamente la cabeza de Urdaneta en un gesto de profundo cariño. El pequeño Urdaneta cambio totalmente desde entonces y fue, realmente, un placer tenerlo en clase”.